El Tribunal Oral Federal de Paraná comenzó a juzgar ayer al publicista y autopostulado periodista Gustavo Darío Alfonzo, por el delito de trata de personas con fines de explotación sexual, en su modalidad de captación, recepción y traslado, en perjuicio de una adolescente de 16 años.
El 30 de octubre de 2014, María Cristina Escobar se presentó en la Comisaría del Menor y la Mujer de Concordia para denunciar que su hija de 16 años estaba cautiva desde hacía veinte días en un dúplex en calle Monseñor Rösch 3523, departamento B. Según dijo, la tenían retenida contra su voluntad una persona a quien identificó por su apodo de Pelado, que estaba bajo los efectos de estupefacientes que esa misma persona le habría suministrado; dijo también saber que su hija habría sido amenazada, golpeada y sometida a abusos sexuales reiterados por muchos hombres en ese mismo departamento y en otros lugares a los que era trasladada bajo intimidaciones.
El juicio abrió de una manera inusual, no con la lectura de la acusación, sino con la declaración de la víctima en Cámara Gesell, ante una psicóloga y con el propio Alfonzo, escuchando detrás de un vidrio. Durante dos horas y media, contó su martirio, dijo que Alfonzo la captó mediante engaños, que la amenazaba para obligarla prostituirse y que le suministraba drogas. También contó que era golpeada por Alfonzo y su pareja, una enfermera del Hospital Masvernat que también ejercía la prostitución, y que recibía amenazas permanentes contra ella y su familia, según pudo reconstruir EL DIARIO. En los 20 días que duró su cautiverio la joven intentó escaparse dos veces, según contó: una vez huyó de un boliche y fue perseguida por Alfonzo, quien la atropelló con una moto tipo cross y le provocó una severa lesión en una pierna; la otra vez ocurrió cuando quiso huir de una fiesta privada en una quinta, pero también fue recapturada.
La joven tiene actualmente 18 años y vive fuera del país, donde está realizando un tratamiento integral de rehabilitación bajo la tutela de una iglesia evangélica. Tiene contactos esporádicos con su familia –especialmente con su madre y con su hijo de cuatro años– y realiza talleres de artes y oficios.
Calvario. Después declaró María Cristina Escobar, la madre de la víctima: “Esos veinte días fueron un calvario para mí; salía con otro de mis hijos a ver si la encontraba en algún boliche y nadie nos decía nada porque tenían miedo”, recordó en un estremecedor testimonio.
La mujer recordó que encontró a su hija a partir del dato que le aportó un “arrepentido”, cuya identidad quiso preservar. Se trata del dueño del boliche My Way, de Concordia, quien se le acercó un día mientras esperaba el colectivo para volver del trabajo a su casa:
–Prestá atención… te voy a dar la dirección… y andate ya a buscarla porque te la van a vender o te la van a matar –le dijo el hombre.
Efectivamente, la joven estaba en el dúplex y de allí fue rescatada por policías provinciales.
Alfonzo atendió la puerta en persona, dijo que la joven era su empleada doméstica y que le pagaba por horas. “Estaba desalineada, ojerosa, cansada y hambrienta; tenía el pelo grasoso y un gran hematoma en la pierna”, recordó la madre de la adolescente. En el lugar, se sospecha, estaban también la pareja de Alfonzo, una hermana de ella y otras chicas víctimas de explotación.
Relaciones con el poder. No se ventilaron menciones a ningún dirigente político, al menos no surgieron públicamente los nombres. Salvo uno. La joven habló de quien era delegado del Consejo Provincial del Niño, el Adolescente y la Familia (Copnaf), Fernando Rouger; y su madre contó que denunció al funcionario por amenazas. Según dijo, un día Rouger llamó a Francisco Escobar, tío de la víctima, y le dijo: “Decile a tu hermana que cierre la boca porque le voy a romper la boca a sopapos; la voy a reventar; me tiene harto”. Así lo reconstruyó María Cristina Escobar ante el tribunal.
Se habló, sí, de una fiesta en la quinta del empresario Roberto Pietroboni, el 25 de octubre, donde había una fiesta de despedida de soltero con 20 a 30 hombres. Ella quiso escapar, pero fue perseguida y alcanzada en la ruta por cinco personas en autos, que la cargaron y la llevaron de vuelta a la casa.
También se mencionó una fiesta privada en Puerto Yeruá; la víctima contó que en una ocasión la llevaron a la localidad de La Criolla, cercana a Concordia, para tener relaciones sexuales con el intendente; y hubo menciones a amigos de Alfonzo, como el policía provincial Matías Miguel Pereyra, alias Gordo, que habría participado en eventos organizados para que las chicas tuvieran sexo por dinero.
Los encuentros eran organizados por Alfonzo, quien ofrecía servicios sexuales de un grupo de chicas a las que explotaba, entre las que se encontraba su propia novia. Era él quien pactaba las formas en que se realizarían los pases, ofrecía a los clientes chicas con determinadas características físicas; pautaba las horas de encuentro, tarifas por el servicio y cantidad de clientes con las que debía estar cada una; y también acordaba con los clientes el traslado desde el departamento hasta los lugares donde se llevaría a cabo el servicio y el horario en que las chicas debían estar de vuelta. Según el caso, cobraba entre 600 y 2.000 pesos y hasta compensaba a las chicas “por su excelente desempeño con los clientes” con una línea de cocaína, regalos de ropas o accesorios, peluquería o celulares.
Por ahora, en silencio
El acusado, Gustavo Darío Alfonzo, no declaró el primer día del juicio que lo tiene como imputado por el delito de por el delito de trata de personas, en su modalidad de captación y recepción, de una menor de edad con fines de explotación sexual, y por el hecho de promover y facilitar la prostitución abusando de su situación de vulnerabilidad.
Sin embargo, en la declaración que hizo durante la instrucción hizo gala de sus vinculaciones con el poder, dijo haber trabajado para los exgobernadores Jorge Busti y Sergio Montiel, también para Julio Solanas y para el exministro Hugo Marsó.
Por lo demás, negó el hecho “Es una gran mentira para hacerme daño”, aseguró. También cuestionó a la víctima, a su madre y al abogado querellante. “Jamás pensé que existiera semejante maldad”, dijo, al momento de declarar ante el juez Pablo Seró.