«Algún día tendré que llamarlo a usted Padre de los Piojos y Abuelo de la Nada», escribió Leopoldo Marechal en su libro «El banquete de Severo Arcángelo», sin imaginar que un joven desgarbado y de rulos algún día adoptaría uno de esos nombres para bautizar a uno de los grupos más importantes del rock local.
Este martes se cumplen 25 años del la muerte de ese juglar y músico nacido como Miguel Peralta, cuyas cenizas fueron esparcidas en las playas marplatenses cerca del monumento a Alfonsina Storni.
Hijo de Virginia Peralta, nunca supo la identidad de su padre, pasó su infancia en un orfanato y luego bajo la protección de una pareja mayor que lo apadrinó.
Los Abuelos de la Nada surgió de una mentira piadosa de Miguel, quien a fines de los 60, en compañía del periodista Pipo Lernoud se presentó al productor artístico Ben Molar en las oficinas de la discográfica Fermata, cuando el rock cantado en castellano empezaba a ser negocio para algunos empresarios.
«Pibe, ¿vos tenés un grupo?», preguntó Molar al joven que todavía no había cambiado su nombre original por el de Miguel Abuelo. «Sí, se llama Los Abuelos de la Nada», contestó el muchacho. Acto seguido, el productor les comunicó que la banda -aún no integrada-, tendría «hora de grabación en tres meses».
«¿Te das cuenta en la que nos metimos?», le comentó Miguel a Lernoud. «No te preocupes -afirmó Pipo-, vamos a la Plaza Francia y encontramos a todos los músicos del grupo».
En ese clima improvisado, Claudio Gabis, Kubero Díaz, Pappo, Miguel Cantilo y Jorge Pinchevsky, entre otros, fueron pasando por la banda durante los primeros tiempos, aunque las grabaciones registradas en un sello independiente no tuvieron mayor difusión.
Luego de un extenso período en el que transitó por Bélgica, Inglaterra, España y Holanda, «el Abuelo» conoció a Cachorro López, un bajista argentino que tocaba en un grupo jamaiquino de reggae: Jah Warriors. Junto a Cachorro Miguel reflotó la idea de reclutar a Los Abuelos de la Nada.
A principios de los 80, el grupo se completó con el guitarrista Gustavo Bazterrica (ex La Máquina de Hacer Pájaros), el baterista Polo Corbella (ex Bubu), el saxofonista Daniel Melingo -actualmente cantante y compositor tanguero- y el tecladista Andrés Calamaro (ex Raíces), hoy devenido en uno de los artistas más prolíficos del rock.
Luego llegó la etapa más conocida de la agrupación, con la salida del primer álbum homónimo (1982) y la difusión radial de temas como «No te enamores nunca de un marinero bengalí», «Sin gamulán» o «Tristeza de la ciudad».
A ellos le siguieron «Vasos y besos» (1983), «Himno de mi corazón» (1984), «Los Abuelos en el Ópera» (1985), «Cosas mías» (1986), producciones que también marcaron la idílica relación entre la banda y el público que continuó hasta la última presentación en vivo en septiembre de 1987, en el teatro Opera.
«Yo soy el rock», señaló Miguel en una oportunidad, y la frase lejos de ser pretenciosa, se convirtió en un símbolo que determinó la vida de un hombre que terminó de alimentar su leyenda, en la tarde del sábado 26 de marzo de 1988, cuando el Síndorme de Inmuno Deficiencia Adquirida (Sida) lo debilitó tras una operación de vesícula.
En el 2011 llegó a la pantalla grande un homenaje a su vida con «Buen día, día», documental realizado por Sergio «Cucho» Constantino, resultado de un trabajo artesanal que el director fue tejiendo durante cinco años con el aporte en la dirección de Pintos.
«La idea era mostrar esos temas que nadie conocía y homenajear a uno de los grandes poetas del rock que no sólo influyó a Spinetta -quien expresó su admiración por su poesía en la película- sino a muchos artistas del rock. A Miguel se lo recuerda como al cantante loco que bailaba en Los Abuelos de la Nada y hay una generación que tiene 20 y pico que no lo conoce», sostuvo.
La película bucea en la verdadera identidad y el espíritu del artista, a través de los pasos de su hijo, Gato Azul Peralta, quien montado en su motocicleta reconstruye los pasos de su padre en diferentes barrios porteños y con la voz original del mismo Miguel de fondo. Para ello, Costantino supo explotar al máximo entrevistas que a lo largo de su vida le habían hecho Juan Alberto Badía, Alfredo Rosso y Víctor Pintos.
«El tipo -insistió- fue un buscador, el olvido lo hizo buscar, lo abandonaron, y un poco a Gato le pasó lo mismo. Su padre lo dejó cuando era un adolescente y la película lo ayudó a reconciliarse con la figura de Miguel, que es un rockero con todo un `back` de locura encima y nada de dinero».
Fuente: Telam