La Orden del Triunvirato era concreta: retroceder con el ejército patriota hasta Córdoba, y no presentar batalla a los realistas en ningún punto de la huída. Y allí estaba él, un general improvisado, pensando que habría sido incapaz de dejar a esos pueblos a merced de los enemigos, a su sed de venganza, de saqueo, de muerte, de sexo, como habían hecho en las ciudades altoperuanas.
Manuel Belgrano había llegado a Jujuy para hacerse cargo de lo que quedaba del Ejército Revolucionario, vencido en el desastre de Huaqui. Lo recibe un conjunto diezmado de andrajosos hambrientos entre los que reinan la indisciplina, las intrigas y las acusaciones. Belgrano debe reorganizar las tropas y replegarlas hasta Tucumán, hasta Córdoba si es necesario, entregando sin luchar el norte de las Provincias Unidas a los realistas.
Buena parte de esta historia no está lo suficientemente investigada, no abundan los relatos históricos. De hecho, cuando el politólogo y periodista Hernán Brienza se propuso escribir Éxodo jujeño, se encontró con que casi no existía bibliografía al respecto. Viajó al norte y recabó gran parte de los datos a través de archivos, documentos y testimonios.
«Tanto el éxodo jujeño como la Batalla de Tucumán son fundamentales para la historia de la emancipación. Si aquél enfrentamiento se perdía, posiblemente la emancipación americana hubiera tardado mucho tiempo más en efectuarse», señala Brienza.
No obstante la relevancia indiscutible de la victoria lograda por las tropas al mando de Manuel Belgrano, el periodista de Tiempo Argentino centra su obra en esa retirada de agosto de 1812, llevada a cabo por hombres y mujeres que, en pos de su libertad, decidieron sacrificar sus pertenencias, poner fuego a sus propiedades, dejar tierra arrasada.
Brienza define al Éxodo como “la pueblada más importante de la Independencia», porque, señala, «es la primera vez que los sectores populares participan directamente de la Revolución, y tienen un protagonismo fundamental”.
El autor resalta además que, más allá de ser masivo, total y popular, el éxodo conllevó un grado de sacrificio «pocas veces visto en la Argentina», en el que la mayoría del pueblo decide «perder todo en función de un principio superior como era la Independencia».
Si bien la orden impartida a Belgrano desde el Triunvirato era retroceder hasta Córdoba, el creador de la bandera se debate en una disyuntiva: acatar al pie de la letra las órdenes de Buenos Aires, o, tal como le reclamaban tucumanos, salteños y jujeños, sumados a la oficialidad, detener la fuga y presentar batalla a los realistas, más allá de las condiciones desfavorables.
Es un instante excepcional en la historia argentina: Belgrano debe debatirse entre la legalidad -las órdenes del Triunvirato- y la legitimidad -la decisión soberana de un pueblo que le exige desobediencia para constituirse en sujeto político de una nueva y gloriosa nación-.
En el libro, de lectura atrapante y ágil incluso para quienes la historia se les vuelve pesada, el autor sostiene la idea de que nuestra independencia no se gestó en Buenos Aires, sino, muy por el contrario, en el norte de lo que hoy es nuestro país.
Y no se refiere Brienza al ineludible, por cierto, Congreso de Tucumán que comenzó a sesionar en la ciudad de San Miguel en 1816, sino a las luchas cuerpo a cuerpo que se libraron anteriormente con las temibles tropas realistas. «El sacrificio, la sangre y la entrega tuvo lugar en el Alto Perú», subraya.
En la mañana del 24 de septiembre de 1812, en el Campo de las Carreras, en las afueras de Tucumán, el ejército realista enfrentó a un pueblo en armas. No se trataba de dos formaciones militares de línea. Belgrano lideraba un pueblo que exhibía rostros de toda América: tucumanos, porteños, cochabambinos, jujeños, paceños, salteños chuquisaqueños, potosinos, santiagueños, cordobeses; mujeres, niños, ancianos, oficiales gauchos y soldados (…).
El encuentro entre ambas infanterías fue brutal (…). Duró cuatro horas y los resultados fueron contundentes: las pérdidas patriotas alcanzaron los 71 muertos y 200 heridos, mientras que los realistas sufrieron 450 pérdidas, 200 heridos y 626 prisioneros.
A través de las páginas de Éxodo jujeño, el autor intenta contraponer a la clásica historiografía que piensa la Revolución desde el comercio de Buenos Aires y sus intereses, queriendo protegerse a sí misma aun a costa de regalarle todo el territorio a los realistas, la de los pueblos norteños, que son leales a Buenos Aires, pero que no comparten esa idea egoísta y quieren participar de la Revolución poniendo el cuerpo, dejando todo en el camino, si es necesario, la vida.
Fuente: INFOBAE