Los gurises juegan sobre la calle de tierra camino al río, una mañana soleada en día de semana. Algunos pescadores van y vienen hacia la costa, baldes en mano, mientras los municipales trabajan en la estructura para el terraplén de la nueva arteria, entre la ladera del pequeño monte llamado El Morro y los edificios del ex Ministerio de Obras Públicas que están frente al Puerto Nuevo. “La semana próxima vienen a escriturar, hay que tener el documento a mano”, les va avisando el cacique chaná Blas Wilfredo Omar Jaime, uno de los ilustres moradores de la zona, a quienes se cruza en su recorrida. En ese rincón de la parte baja del barrio el panorama es profundamente distinto al que se vivía horas atrás: sin el antiguo paredón del Ministerio, la visión se expande libre hacia el paisaje del puerto, las barrancas del Parque Urquiza, la costanera, las playas, el recodo del Paraná y la isla Curupí en su totalidad. La hermosa postal les era antes negada a los vecinos de esa orilla, que a su vez permanecían ocultos detrás del muro que fue derribado el martes por la mañana, en un nuevo avance de las obras de recuperación del borde costero.
MIRADAS. “De pronto fue como una mudanza brusca, porque estábamos acostumbrados al paredón, y nos cambió la vista un montón”, comenta María Rosa, de 45 años, en la puerta de su casa con salida al pasaje de tierra sobre el que se asentará el nuevo pavimento. “Estoy muy contenta y agradecida porque es para la mejora de todos, fundamentalmente para los vecinos que a veces no podemos salir porque las calles son intransitables por el barro. No entra remís ni ambulancia por los pozos y porque está muy comida la calle, así que me parece bárbaro. Estoy realmente feliz y espero que se termine pronto la obra”, agrega, con las plantitas que adornan su hogar de fondo. “También habrá nuevas luminarias, además anduvieron midiendo para escriturar y eso también me parece muy bien para nuestro futuro y el de nuestros hijos”, indica la mujer, remarcando que no se trata solamente de la visual. “Mejora el barrio con esto, y la vista está linda”, dice Carlitos, que con sus incipientes bigotes de 13 años ya oficia de pescador. “Está muy bien lo de la calle, para la gente esto va a cambiar mucho, se va a poder andar. Acá los problemas son la falta de iluminación, asfalto y conexión a las cloacas en algunos sectores. Se ve espectacular sin el muro”, expresa Pedro, pescador de 24 años que vive del lado de Puerto Sánchez; es decir, que comparte la misma geografía pero sobre la barranca que da hacia el río. “Esto viene bien para vender pescado”, opina Ángel, de 32, desembarcando de una canoa en la ribera. “Con la iluminación y el asfalto el barrio va a estar más limpio también, y nos mejora la vida”, sostiene. De paso, el hombre se queja de que esa mañana hubo poca pesca: “no está saliendo mucho”, apunta preocupado.
PESCADORES. Sobre la tapia derribada pasa el trazado de la nueva vía en construcción. “La calle termina en el litoral con una rotonda, será de unos 7 metros de ancho, más las veredas de 2 metros a cada lado. Ahora se está levantando una pequeña defensa de contención del terraplén por el ensanche del camino del Morro hacia el lado del Distrito de Vías Navegables”, detalla un inspector sobre las acciones en curso. “Luego, la idea es sumarle un pavimento articulado de 2,30 metros de ancho que sea un camino peatonal de unos 500 metros por el costado del río para el lado de Puerto Sánchez, que una con la calle de Los Pescadores”, añade. En el vértice de esos senderos, en el confín impreciso entre uno y otro arrabal, vive Julio con su familia. En el patio delantero de su casa se despliega una perspectiva privilegiada. “Tantos años que estuvo el paredón ahí, la verdad es que lo sacaron y uno se siente medio raro, mucho estar encerrado. Creo que va a ser un bien para el barrio, ojalá lo sea. Todavía estamos esperando que vengan a decirnos qué hay que hacer acá, si hay que correr el cerco o no para la vereda”, comenta el hombre de 34 años, que de tener una vivienda retirada y alejada pasará, en un tiempo más, a descubrirse frente a la rotonda del final del asfalto. “Va a estar bueno porque ahora entrará gente por acá. Nosotros somos pescadores, vivimos de esto, así que vamos a ver si podemos vender algún pescadito. Esa es la prioridad de varios pescadores acá en el barrio. Yo me voy a poner un puestito de venta directa, así no tenemos que andar entregando el producto por monedas”, expresa.
CAMINO AL AGUA. Blas Jaime medita en sintonía con el resto de sus vecinos: “Estos cambios son para el bien del barrio, esto rompe el aislamiento. La gente estaba acá como si fueran animales en un corral, al cambiar las condiciones van a volver a sentirse gente, dejar de vivir encerrados. Esto estará iluminado, habrá seguridad para los chicos también, y hasta posiblemente mejoren los pasajes internos con alguna veredita”, opina el último parlante de la lengua chaná. Con el fin de esta exclusión física, los habitantes de El Morro pasan a tener mejor suerte que los humildes colindantes de Los Arenales. Ahora Blas tiene que ir hasta el centro. Hasta ayer, para salir de ese pasaje, que es la continuación y el final de Martin de Moussy, debía marchar hasta Simón Bolívar; pero hoy camina unos pocos metros sobre los cimientos del pretérito murallón y sale directamente al asfalto que bordea los galpones de lo que era el Ministerio de Obras Públicas. En ese recorrido, como al pasar, lanza una propuesta para denominar ese tramo en construcción como nderé atama, que en castellano significa “camino al agua”.
El Morro y Puerto Sánchez
Según los habitantes más antiguos, El Morro y Puerto Sánchez surgieron como asentamientos de gente humilde y trabajadora sobre terrenos fiscales. Medio siglo atrás, los ranchos eran de caña y barro y ningún caminito tenía luz. Hoy las casas son de material, hay agua, luz, y se va extendiendo la red de cloacas. Varias de las calles fueron asfaltadas en la gestión de Julio Solanas, pero El Morro conserva los pasajes de tierra que se dividen en Cortada 1, 2 y 3, con una serie de atajos entre unas y otras. Si bien los avances en la conexión entre el Puerto Nuevo y el Thompson le da un aire moderno a la zona, ambas barriadas comparten la falta de estructura social: allí no hay clubes, ni centros de salud, ni escuelas públicas primaria o secundaria. Sus habitantes conviven en un rincón especial de la ciudad, en el que abunda el verde a pocos metros del río.