Es quizás la circunstancia planetaria que mayor expectativa mediática genera, acaso con los condimentos que van nutriendo la ansiedad: humo negro, humo blanco, una ventana con la luz apagada, la misma ventana con la luz encendida, una cortina que tarda una eternidad en ser corrida, las sombras que permiten advertir el ir, venir y devenir de lo que pasa allí adentro, y finalmente un cardenal que se aproxima a dar el nombre del elegido.
Luego, todo se dio como cada vez. Los católicos aplaudieron y vivaron al Papa desde antes de conocer quién es el que calzará la mitra principal. Los discursos más alejados de las emociones giraron en torno a cuestiones elementales que buscan recalcar que si todo es inspiración divina, por qué entonces es que hay que ir a doble o triple vuelta en la críptica elección, como si el Espíritu Santo necesitara ir al ballottage.
Como sea, fue una noticia de dimensiones impactantes. Los noticieros, con millares de televidentes en todo el mundo mostraron a un cardenal anciano, con mirada casi extraviada, avanzando con dificultad y tambaleo de cabeza, encaminado a dar la noticia. “¿Ese es el Papa? Qué viejo”, se apresuró a observar un parroquiano del bar de la esquina de España y San Martín. No, no es el Papa, es el mensajero, el que anuncia el nombre. Y el cardenal viejito siguió avanzando con dificultad hacia el micrófono. Comenzó a hablar. En medio de una frase ininteligible para legos y entendidos, se destacó el apellido: “Bergoglio”.
Los conductores de radio y televisión enmudecieron antes de intentar confirmar la noticia. ¿Un Papa argentino? Sí, un Papa argentino. En menos de un minuto en cualquier lugar de la ciudad se podían escuchar los bocinazos y el tema obligado se instalaba en taxis y comercios.
La noticia tenía aristas de todo tipo: el primer papa latinoamericano, el primer jesuita, un arzobispo que supo polemizar con sus declaraciones y que le faltó dureza para condenar a la dictadura.
Cuando salió al balcón con su atuendo de Papa, los televidentes argentinos comprobamos que el blanco lo deja más gordo. ¿No tenía acaso un leve parecido a Juan XXIII?
Pero para parecerse más que en la fisonomía a Angelo Roncalli tendrá que hacer mucho, por caso un concilio que como el Vaticano II cambie los cimientos teológicos hacia una concepción inclusiva, como fue la célebre declaración Nostra Aetate.
Ayer, un centenar de católicos que se dio cita frente a la Catedral de Paraná no reclamaba tanto. Festejaba que la Iglesia romana tenga nuevo conductor y hasta quedó la sensación para cualquier observador que la circunstancia de que sea argentino pasó a un segundo plano.
Frente a la Catedral hubo más barullo que presencias, y hay que decir que el ruido era convidado por un camión de los Bomberos Voluntarios. Dos horas después del anuncio, el arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari ofrecía una conferencia de prensa (ver página 14).
Llegó respondiendo saludos de viandantes circunstanciales, que con sus bolsas de compras, o algunas carpetas, pasaban frente al edificio del Episcopado rumbo a las tareas cotidianas.
No fue un festejo argentino, futbolero, chauvinista. La mayor concentración de personas se dio recién a las 20, cuando la habitualidad clerical señala que comienza la misa. Pero esta misa fue más concurrida que de costumbre. De hecho, la Catedral estaba repleta.
En el atrio, un grupo de jóvenes guitarreaba y blandía banderas amarillas y blancas. El párroco Silvio Fariña subió cada uno de los peldaños a pasos firmes: venía de un retiro para estar presente en la misa que fue convocada a modo de “acción de gracia”. Y la misa fue una más como cualquier día.
Los dos vendedores que se dieron cita frente al templo mayor lamentaron que los festejos no sean mucho más que una misa. El vendedor de maníes y girasoles imaginó mejores ventas. Y el vendedor de rosarios de madera se contentaba en saber que él había logrado presagiar el resultado papal, aunque tampoco logró vender el cintillo de cuentas y crucifijos.
Estaba contento por la elección, pero a juzgar por los dichos confundía algunas sotanas. “Bergoglio nos defendió cuando quisieron desalojar de la plaza”, aseguró, y juraba y perjuraba que el mismísimo cardenal estuvo en Paraná para sentenciar que el trabajo de los artesanos es “de mera subsistencia”. “Ahí aprendí lo que era mera subsistencia”, dijo el hombre de muletas y rosarios de poca demanda.
En verdad, el cardenal no estuvo en Paraná ni siquiera cuando se realizó el Congreso Misionero Latinoamericano en 1999, con millares de católicos de distintos países poblando la urbanidad paranaense.
De cualquier modo, la pata local, ese género que desvela a los periodistas de cualquier provincia, está. Y vaya si está: el actual Papa Francisco estuvo en el Ateneo de EL DIARIO, dando una charla en 1964, cuando recién estaba saliendo del seminario, con los atributos de sacerdote católico y ya habiendo pasado por una facultad de ingeniería química.
El Ateneo de EL DIARIO fue aquel espacio cultural por el que pasaron escritores y políticos renombrados, como el filósofo Carlos Alberto Erro, el médico Gumersindo Sayago, el escritor Juan Ramón Giménez, los políticos Alfredo Palacio, Américo Ghioldi, Arturo Frondizi, Crisólogo Larralde, y el primer ministro italiano Emilio Colombo, entre otros.
En ese espacio, donde no era muy habitual ver a religiosos disertando, habló, no obstante, el actual Papa Francisco. No vino más, a la ciudad, pero mantuvo contacto con gente de esta capital provincial, donde tiene familiares y en la que vivió su propio abuelo: Victorio, Vittorio o Víctor, como llegaron a decirle en la familia.
Un palacio. En el más destacado edificio de calle Andrés Pazos y San Martín, sobre la fachada que da a la primera calle, unas iniciales dañadas coronan las paredes esbeltas y trabajadas: AVB. La B es del apellido Bergoglio, que le dio nombre a ese palacete construido a inicios de la segunda década del siglo pasado.
¿Por qué ese edificio de Paraná se llama como el nuevo Papa? Porque lo mandaron a construir el abuelo y el tío abuelo del flamante pontífice.
“No todas las ciudades provincianas poseen un edificio que cuente con las características del Palacio Bergoglio. Es uno de los edificios más bellos que posee la ciudad; consta de cuatro pisos con excelentes comodidades y departamentos especiales para familia, como así también lujosos escritorios”, destacaba una nota que desborda elogios, publicada en el primer número de la Revista Social de Paraná, aparecida en mayo de 1928.
Ese era el Palacio de la familia Bergoglio. Hoy, el nieto de aquel empresario que lo hizo construir, habita otro palacio en la península itálica.
Las iniciales del edificio de calle Andrés Pazos y Peatonal aluden, además de Víctor –el abuelo del Pontífice– a Albino, el tío abuelo del Papa, que vivió también en esta ciudad. Albino, un nombre de papa.
En la planta baja del Edificio (o Palacio) Bergoglio funcionó el bar más lujoso que conoció esta ciudad: el Polo Norte. “Cuando el edificio estaba avanzado en la construcción –se cuenta en el libro Relicario–, Victorio y Albino Bergoglio, dos de los hermanos socios, fueron los encargados de buscar a un empresario que quiera instalar una confitería, bar y café en la planta baja de su palacete. Para eso tenían una serie de exigencias que apuntaban todas hacia el mismo fin: garantizar que esa esquina sea la más lujosa de Paraná”. Allí se enclava la pata local de la noticia más destacada del mundo.
“Llegados desde Buenos Aires, donde residían, los hermanos Bergoglio no debieron buscar mucho para dar con dos referentes del negocio gastronómico capaces de hacer frente al desafío: los empresario Sanz y Patuel eran dueños de la confitería Polo Norte, fundada en el año 1887”.
La parienta
Un periodista paranaense especialista en temas religiosos, Sergio Rubín, cuenta en su libro El jesuita, las vinculaciones que el actual papa tiene con la ciudad de Paraná. Matilde Mina, una vecina de calle Córdoba, conoce bien al nuevo Papa. Estuvo con él en diciembre último, en un despacho del Arzobispado de Buenos Aires. En ese momento, ni el cardenal sospechaba que sería el sujeto de noticias en todo el mundo tres meses más tarde.
Sin bien la vinculación de Matilde y Bergoglio es por vía de parentesco político, la amistad de ambos se mantiene hasta la actualidad. “El no ha vuelto a la ciudad, pero siempre recuerda a Paraná y me ha escrito varias veces”, contó ayer Matilde Mina, sorprendida por la noticia mundial: su amigo convertido en el sucesor de San Pedro.
Fuente: El Diario.