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Escándalo en el convento: hallaron cilicios y látigos de tortura

f_1472199970El cilicio, dice el Diccionario de la Real Academia, es una “faja de cerdas o de cadenillas de hierro con puntas, ceñida al cuerpo junto a la carne, que para mortificación usan algunas personas”.

El fiscal Federico Uriburu llegó a primera hora de la mañana de este jueves al Monasterio de la Preciosísima Sangre y Nuestra Señora del Carmen, en Nogoyá, y golpeó la puerta junto a un grupo de policías.

No le abrieron. Entonces, aplicó un Plan B: forzaron la entrada, y adentro del convento de las monjas de la orden de las carmelitas descalzas hallaron algo de lo que fueron a buscar: elementos de flagelación, 14 cilicios y algunos látigos.

Los cilicios y los látigos, supo el fiscal de boca de las propias monjas, son elementos de la rutina conventual: un día a la semana, las religiosas los usan para flagelarse, un aspecto de su curiosa vida contemplativa. El convento carmelita de Nogoyá se inscribe en la línea de los más conservadores, que en 1991 resistieron la reforma de las Constituciones de la orden fundada por Santa Teresa.

Entonces, cuando Juan Pablo II dirigía los destinos de la Iglesia Católica, se produjo un cisma en los carmelitas: un grupo de conventos, que respondían a la monja española Madre Maravillas de Jesús, convertida en santa en 2003, eligió mantener sus costumbres preconciliares.

Lograron conservar sus reglas duras de vida conventual (la superiora lee primero la correspondencia que llega a las monjas, la flagelación es una costumbre enraizada, y el contacto con el mundo exterior se reduce a lo mínimo); pero además, sus conventos no tienen otro superior mayor sobre la priora que la Santa Sede.

El carmelo de Nogoyá fue allanado por la Justicia tras la publicación, en la revista Análisis, de una nota de Daniel Enz en la que se da cuenta de torturas, sometimiento y enclaustramiento forzado.

“Hay castigos permanentes; es habitual el uso del látigo y el cilicio para auto flagelarse; hubo casos de desnutrición y existe una estricta prohibición de no hablar de lo que sucede. Varias de las ex monjas están con tratamientos psicológicos en Entre Ríos o Santa Fe, por las secuelas que tuvieron”, publicó la revista.

Aval eclesiástico. Conocida la noticia, lo que primero hizo la jerarquía católica fue adoptar una actitud del medioevo: justificó la existencia de la flagelación dentro de la vida religiosa, una práctica propia de los sectores más integristas, que resisten los cambios. Después, criticó el accionar de la Justicia.

El arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, reprochó el accionar del fiscal Uriburu, y sostuvo que se trató a las monjas como si fueran dealers. “Ante una denuncia de una revista, ya se allana un convento como si fueran vendedores de droga. Hay instancias de diálogos que son mucho más fáciles. Podía ir el fiscal a tocar timbre y actuar de una manera más pacífica, tanto para las hermanas como la ciudad de Nogoyá”, dijo Puiggari.

Eso fue lo que hizo el fiscal: pidió que le permitieran ingresar, pero las autoridades del convento se lo negaron. “Me dijeron que tenían que hablar primero al Papa antes de abrirme. Ni exhibiéndole la orden de allanamiento nos abrían. Por eso hubo que forzar la entrada, y para preservar las pruebas”, explicó el fiscal Uriburu.

El vocero de la curia, el sacerdote Ignacio Patat, se encargó del costado más brutal del asunto: admitió que los castigos corporales existen en las congregaciones religiosas y que incluso tienen el aval del Vaticano.

Patat habló con LT14 y también cuestionó el accionar de la Justicia al sostener que “nos despertamos hoy con esta noticia poco grata al ver este accionar policial sobre el monasterio cuya regla y funcionamiento está regido por la Santa Sede”. El cura sostuvo que “este monasterio se rige por la regla de Santa Teresa, con la vieja manera de vivir de las hermanas carmelitas” y aunque admitió que “para el lenguaje social puede sonar a castigo, en la regla interna de los monasterios carmelitas es la manera de la vida de la disciplina”.

La aseveración de Patat esconde medias verdades: todos los carmelos no se rigen por constituciones tan anacrónicas; sólo un puñado, que representan el 10% de las 13 mil monjas carmelitas que hay en todo el mundo, se ajustan a una regla que el Vaticano impulsó reformar en 1991.

Por ejemplo, el monasterio carmelita San José y Santa Teresa, de Gualeguaychú, no pertenece a la misma línea que los de Nogoyá y Concordia.

El cura reiteró que las penas y castigos físicos “están permitidos en la regla carmelita” y resaltó que es “de regulación pontificia, no de regulación diocesana, por lo que depende directamente de la Santa Sede”. Por ello, consideró que en este caso se habla “sin conocer ni saber cómo es el funcionamiento del monasterio”.

Figuras penales. Jorge Bonín, párroco de la Basílica Nuestra Señora del Carmen, de Nogoyá, habló con estupor de la situación. “Hoy nos toca vivir un panorama muy triste, que golpea a toda la comunidad, ver el convento rodeado de policías es una postal que conmociona”, dijo en declaraciones al sitio www.lavozdenogoya.com.ar

Pero enseguida aclaró que no conoce nada de la vida interna del carmelo (los carmelitas tuvieron origen como orden mendicante en el Monte Carmelo, en Tierra Santa, aunque cobró impulso en 1500 bajo la dirección de Santa Teresa de Jesús, en España). Señaló que “los sacerdotes concurren a celebrar misas y ayudan espiritualmente a las hermanas pero no tienen injerencia o relación alguna con la Basílica, ellas se manejan de manera independiente, dependen de la iglesia universal, por su situación de aislamiento”.

El fiscal Uriburu, que dispuso reserva de la causa durante un plazo de diez días, dijo que de momento no hay ninguna persona imputada, aunque sí está en marcha la posible comisión de delitos.

–¿Qué delito?

–Se pueden dar los delitos de privación ilegítima de la libertad agravada o reducción a servidumbre. Son los dos delitos posibles. Ninguna de las 18 religiosas que hay en el convento es menor, y el ingreso es voluntario. Pero se investiga si fueron forzadas de alguna manera. Las monjas dijeron no sentirse obligadas, sino todo lo contrario. Todas están ahí por propia voluntad, dijeron. Pero no hay que perder de vista que la investigación se inicia a partir del testimonio de religiosas que estuvieron ahí, y se fueron, y que tienen otra visión.

Uriburu dijo que se forzó el ingreso con la policía ante la negativa de las autoridades del convento a flanquear el ingreso, y para preservar las pruebas. El fiscal se llevó cilicios y látigos del convento, y ante la consulta, explicó, las religiosas “admiten que los usan semanalmente”.

En el lugar, el fiscal dispuso que el médico policial revisara a cada una de las religiosas –por el tipo de hábito que usan, sólo dejan ver la cara y las manos–, aunque fue algo muy superficial, nada invasivo, con el objetivo de constatar posibles casos de desnutrición. “No se corroboró, aunque sí se comprobó el uso del cilicio y los látigos”, explicó Uriburu.

La historia de un milagro

Fue un día frío de julio de 1998. Alicia Vilar estaba con Manuel, entonces de un año y medio, en la casa de un hermano. Una casa con pileta de natación, y en algún momento que nadie pudo advertir el nene se perdió de la vista de todos, tropezó, y se fue al agua, al fondo de la pileta.

Pudieron apenas alzar al niño en brazos, salir de urgencia hacia el Hospital San Blas, y esperar que algo ocurriera, nadie hablaba de milagros todavía, pero todos lo esperaban.

Aconsejada por una vecina, Alicia Silio empezó a rezar a la Madre Maravillas, la monja española canonizada por Juan Pablo II.

Los pronósticos no eran alentadores para Manuel. El doctor Edgardo La Barba le diagnostica entonces “ausencia de latido cardíaco y de respiración”, así como midriasis bilateral (esto es, ambas pupilas dilatadas).

Tras media hora de maniobras de reanimación cardio-pulmonar, le vuelve el pulso al chico, quince minutos más tarde recupera la respiración espontánea.

Según el médico que lo atendió, “una persona muere por asfixia por inmersión a los 5 minutos. Según investigaciones posteriores, el chico estuvo sumergido entre 15 y 30 minutos. A la familia le demandó otros 10 llegar al hospital”.
Para la Iglesia fue un milagro, atribuido a la Madre Maravillas.

Lo admitió el Vaticano, y fue el elemento necesario que posibilitó, en 2003, la canonización de la Madre Maravillas.

Una comisión científica declaró en 2001 como inexplicable la curación del pequeño Manuel, en 1998.

“No se encuentra explicación científica para la salvación del pequeño Manuel. Lo sucedido quiebra las leyes de la naturaleza. La Madre Maravillas de Jesús tuvo en brazos al niño Manuel Vilar, lo que corrobora que realmente fue un milagro”, señaló el texto elaborado por la Comisión para la Causa de los Santos.

Juan Pablo II beatificó a la Madre Maravillas de Jesús en 1998, y cuatro años después la canonizó.

Al margen
Hablará el arzobispo. Hoy, desde las 10, el arzobispo Juan Alberto Puiggari brindará una conferencia de prensa en la sede del Arzobispado de Paraná, en calle Su Santidad Francisco 77.

Puiggari, ofendido con la actuación judicial
El arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, se mostró “perplejo”, según dijo, por la noticia del allanamiento judicial al monasterio carmelita de Nogoyá.

De modo inesperado, Puiggari dio directivas al párroco de la Basílica Nuestra Señora del Carmen, Jorge Bonin, de acudir al monasterio mientras ocurría el allanamiento, e inmediatamente después viajó desde Paraná a Nogoyá.

Antes, hizo declaraciones a la radio de la curia, FM Corazón, sobre el escándalo del allanamiento judicial en el monasterio, que tuvo repercusión nacional.

El arzobispo explicó que “estoy un poco perplejo por la noticia. Me enteré esta mañana porque me llamaron las hermanas hoy temprano con la noticia de que habían allanado el convento”.

Respecto al accionar de la Justicia, se mostró crítico, y sostuvo que “ante una denuncia de una revista, ya se allana un convento como si fueran vendedores de droga. Hay instancias de diálogos que son mucho más fáciles. Podía ir el fiscal a tocar timbre y actuar de una manera más pacífica, tanto para las hermanas como la ciudad de Nogoyá”.

Pero enseguida juzgó como irreprochables los métodos de flagelación que existen en la vida conventual, y sostuvo que “la vida de las carmelitas es muy exigente. Ellas van libremente y viven una vida austera y de oración. Además rezan por la Iglesia y por el mundo. Si hay que corregir algo, se corregirá. Pero no hacer eso de manera sensacionalista. No me termina de cerrar por que fue hecho esto así”.

Y planteó que “ellas dependen de la Santa Sede pero el Obispo las tiene que proteger. Insisto, es un reglamento, que se hace en todo el mundo. Fue aceptado por San Juan Pablo II. Me llama la atención el apuro de la justicia. Ojalá fuese así para todos”.