El mensaje que emitió el Episcopado a favor de la promulgación del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación no fue gratis para el clero. Tuvo costos que se amplificaron en vísperas de la próxima elección de autoridades de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA). También dejó ganadores y perdedores.
Según consignó Tiempo Argentino, las diferencias de la curia sobre el nuevo texto acumulan ya tres años, pero volvieron a recrudecer a un mes de las votaciones para renovar al mando político de la Iglesia. Los debates, siempre silenciosos, hasta ahora sólo parecían estremecidos por los poroteos previos a la designación de los nuevos jefes eclesiásticos.
Sin embargo, los primeros borradores y el desenlace final del Sínodo extraordinario sobre la Familia que convocó el papa Francisco en Roma se metieron en el medio y volvieron a sacar al clero argentino de su eje. Quizás porque se trata de uno de los primeros cambios concretos sobre las tradicionales definiciones doctrinarias que, hasta ahora, seguían intactas detrás de la «política bergogliana» de los grandes gestos.
Entre los primeros debates sobre el papel de los divorciados, las parejas de hecho y la homosexualidad hubo diferencias conceptuales que por ahora no quedaron en el primer documento. Porque fueron suaviazadas o porque no había margen para inscribirlas, pero el método de filtrar las primeras conclusiones y publicar por primera vez quién votó cada cambio, le ha permitido a Francisco instalar públicamente la demanda de algunos cambios. Los añejos compañeros de Episcopado de Jorge Mario Bergoglio identifican en las «decisiones pastorales valientes» del debate a varios temas que, una vez más, dejan al mando de la tropa eclesiástica argentina a la derecha del Papa que ahora tienen en Roma.
«Hagamos como los matrimonios, discutamos de todo, pero cuando terminemos, a la noche, a la hora del descanso, nos reconciliamos y nos reencontramos», les habría dicho el pontífice jesuita a sus compañeros de debate para contener las diferencias que laten ante las reformas que tiene en gatera.
No tuvo la mejor suerte en el primer round, pero salió fortalecido gracias al impacto que tiene dentro del clero la amplificación pública de los cambios que no salieron aún del borrador, comenta un prelado argentino que lo conoce de los primeros años.
ENTRE EL SÍNODO Y EL CÓDIGO. Las definiciones provisorias del Sínodo, que finalmente concluirá el año próximo, sólo contó con dos compatriotas de Bergoglio. Dos miembros de la CEA invitados a Roma por decisión de Francisco: el presidente del organismo y arzobispo de Santa Fe, José María Arancedo; y el titular de la Universidad Católica Argentina (UCA) y arzobispo de Tiburnia, Víctor Fernández. El padre «Tucho», como le dicen sus amigos, es el primer arzobispo que designó Bergoglio recién asumido Papa. Lo puso al frente de un arzobispado que no tiene diócesis, pero que le permite su ingreso directo a las reuniones del Episcopado, sus asambleas, debates y votaciones. Durante las dos semanas del Sínodo fue uno de los prelados que volvieron a aportar sus saberes para sintetizar y debatir documentos en medio de debates algidos, como alguna vez les pasó en 2007 en Aparecida, Brasil.
Hasta ahora sólo han llegado informaciones incompletas a Buenos Aires sobre el avance del Sínodo, pero el clero espera con ansiedad el informe oficial que preparen Arancedo y Fernández para todo el Episcopado. A diferencia de los debates previos, en su mayoría cerrados como un cónclave, esta vez casi todo fue publicado por la oficina de prensa del Vaticano.
Entre la promulgación del Código Civil y Comercial y los borradores del Sínodo ha pasado una semana, pero dentro de la Iglesia algunos prelados asumen que en esos pocos días han cambiado vertiginosamente los temas que definirán en la próxima asamblea de noviembre, donde todo parecía bastante cerrado.
Las nuevas definiciones sobre la familia que vienen desde Roma ya impactaron sobre todos los sectores de la Iglesia, aunque los mas irritados son los espacios conservadores, los mismos grupos que pusieron el grito en el cielo apenas se enteraron que la comisión ejecutiva de la CEA sacaría un comunicado sobre el Código.
Cuando salió, lo consideraron «tibio», en el mejor de los casos, y la contraofensiva demoró menos de una semana. «No era la expectativa de un sector de la Iglesia y tampoco de la oposición», mascullan algunas sotanas con mando, que esperaban más dureza, aunque tampoco acordaban con las volteretas que dieron algunos partidos políticos cuando el diputado Sergio Massa (FR) lanzó una dura ofensiva contra los borradores acordados en el Congreso.
A pesar de los panegíricos en su contra, la negociación entre la Rosada y la jefatura del Episcopado para encontrar acuerdos para el Código dejó saldos positivos a los dos lados del mostrador. El comunicado que firma Arancedo lo confirma. «De los aportes presentados valoramos que se hayan tenido en cuenta –entre otros– los referidos a la maternidad subrogada o ‘alquiler de vientres’, el deber de convivencia en el matrimonio, el reconocimiento de las Iglesias y comunidades religiosas. También que se haya mantenido el reconocimiento del comienzo de la existencia de la persona desde la concepción», sostuvieron, en directa referencia a las concesiones entregadas por el gobierno.
«Pero no podemos dejar de mencionar y de lamentar, sin embargo, el tratamiento dado a otros temas de gran relevancia que habíamos presentado. Nos referimos, entre ellos, al desigual tratamiento de los derechos de los niños según como hayan sido concebidos, al debilitamiento de la institución matrimonial, el desconocimiento del derecho de los niños a un padre y una madre», rezonga el texto, antes de cerrar la enumeración de lamentos con «la regulación de las técnicas de fecundación artificial», el tema más resistido dentro del clero que finalmente quedó incluido en el texto.
Arancedo dejó el comunicado y se fue al Sínodo. De inmediato, obispos con responsabilidad política empezaron a recibir la furia de laicos movilizados en contra del Código.
En la Casa Rosada no esperaban un pronunciamiento. Cuando supieron de su inminente formalización temieron lo peor. Pero la lectura posterior disipó las preocupaciones y derivó en un agradecimiento público de la presidenta ante representantes de todos los credos, de dos obispos que estuvieron en la negociación y del nuncio apostólico, Emil Paul Tscherrig, la presencia oficial en Buenos Aires del bergogliato vaticano.
Cuando terminó el ato oficial, el diplomático de la Santa Sede se quejó de enterarse de la designación de Eduardo Valdés como nuevo embajador argentino en el Vaticano por los medios y no por las vías oficiales. Le retrucaron con los recuerdos amargos de la previa del 25 de Mayo, cuando quedó envuelto en una llamativa confusión por un saludo oficial del Papa. El dato fue oficializado por la Cancillería esta semana, pero la sensación que respiran algunos obispos, que suelen jugar como observadores políticos, es que el nuevo embajador fue más designado por la Santa Sede que por la Casa Rosada.
FAVORITOS Y ELEGIDOS. Luego de los anuncios y los comunicados oficiales, llegaron las quejas del sector que más cuestionó la negociación por el Código. La Comisión Nacional de Justicia y Paz es un organismo encabezado por laicos como el conservador Gabriel Castelli, pero depende de la Comisión Episcopal de Pastoral Social conducida por el obispo de Gualeguaychú, Jorge Lozano. El documento denunció falta de debate, sostuvo que la comisión bicameral nunca funcionó y cuestionó los puntos acordados, luego de advertir sobre la «presencia de una seria degradación y descomposición institucional que tendrá consecuencias graves en el futuro».
Prólogos de una etapa donde el Episcopado deberá elegir a la representación política que mantendrá las relaciones con la Rosada en el último año de Cristina en el poder.
Antes de los temblores por el Sínodo, los pronósticos más certeros hablaban de una reelección de Arancedo como presidente de la CEA en las votaciones del 11 de noviembre. Arancedo, respetado y querido por Bergoglio, está a un paso de cumplir los 75 años y llegar a la edad jubilatoria, pero en el caserón de la calle Suipacha, en Retiro, algunos influyentes obispos sostienen que el Papa no le aceptará la renuncia hasta que haya concluido un nuevo mandato episcopal y sea el rostro institucional de la Iglesia que acompañe a Cristina, reciba al nuevo Presidente y se prepare, en 2016, para recibir al Pontífice en una posible visita. Arancedo, como Fernández, vuelven fortalecidos de Roma, tras acompañar al jefe durante las dos semanas de duros debates sinodales.
Junto a Arancedo podría continuar como vicepresidente primero el obispo de Neuquén, Virginio Bresanelli; y la vicepresidencia segunda quedaría en manos del arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli, que por primera vez, no cumplirá con la tradición, para un cardenal primado, de ocupar la presidencia episcopal. Tampoco quiere hacerlo, admiten a su alrededor. Con ese escenario, el tridente político del Episcopado, compuesto por una presidencia y dos vicepresidencias, tiene un cuarto puesto estratégico y administrativo: la secretaría general, hoy ocupada por prestigioso vicario porteño de Belgrano, Enrique Eguía Seguí, que ya no puede ser reelecto.
Con su partida, clero y gobierno pierden a un interlocutor común, de directa confianza Bergogliana, que aceitó seis años cruciales de relación política. Ese remplazante todavía es materia de negociaciones, aunque podría seguir en manos del Arzobispado porteño a través de alguno de los obispos auxiliares que todavía no han sido enviados por Bergoglio, su ex jefe directo, a otros destinos. Todos ellos, junto a los nuevos jefes de la veintena de comisiones episcopales serán confirmados. Luego, como se estila, la nueva comisión ejecutiva buscará visitar a la Presidenta. La foto deberá esperar una semana porque, mientras se termine de definir «el equipo de Francisco», Cristina comenzará una gira con destino final en Brisbane, Australia, sede de la 9° Cumbre del G-20.