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México 86: A 35 años de la última gran alegría argentina

Como una de esas películas de final perfecto en las que el muchachito y la chica terminan juntos, son felices y comen perdices. Una de esas que el público nunca no se cansa de ver. Y en las que suelta un suspiro aliviador con el cartel de The End, un «ahhhh….» cuando Jorge Burruchaga define de caño ante la salida del arquero alemán. Fue hace 35 años, aumentará la épica con el paso del tiempo porque repetir lo de México 86 será cada vez más difícil. Hay muchas razones para ello y revisarlas merecen su espacio propio.

Veletas, los argentinos se dieron vuelta como una media: olvido, desprecio cuando no repudio silencioso en la partida de la Selección a México y masivo festejo frente al balcón de la Casa Rosada cuando Diego Maradona ofreció la Copa a la multitud. Así éramos, así somos.

Algunas razones había. La Selección había logrado la clasificación con una corajeada de Daniel Passarella y un último toque de Ricardo Gareca, el 30 de junio del año anterior. El equipo no aparecía. En noviembre, la tribuna miraba de costado los dos 1-1 amistosos ante México en Los Angeles y Puebla y se tomaba a broma la pretemporada en Tilcara a la que fueron 14 jugadores, todos del medio local. El equipo no aparecía. Tampoco en la gira de marzo-abril: 0-2 con Francia, 2-1 a Napoli, 1-0 a Grasshopper, 0-1 con Noruega y 7-2 a Israel. Soplaban vientos de fronda.

La rama más futbolera del gobierno de Raúl Alfonsín movía fichas para desplazar a Carlos Bilardo. Atento, Julio Grondona mandó a la Selección a México un mes antes del torneo. Echar al técnico cuando el equipo se metía en la recta final a la competencia sería un precio político muy alto.

Hubo una escala para un amistoso con el Junior, en Barranquilla. El equipo fue un desastre en ese 0-0. Días después hubo una reunión del plantel, a solas, sin el cuerpo técnico. El tenor de aquella reunión circulaba en toda la prensa que había llegado al DF mientras la Selección apuraba los últimos amistosos: 3-2 al América y 3-1 al Neza y al Puebla.

De los 22 elegidos, siete jugaban en el exterior: Diego, Burruchaga, Valdano, Pasculli, Trobbiani, Zelada y Passarella. El Kaiser, «sobreviviente» del 78 sufrió aquella gastroenteritis o algo así que lo marginó. De los 21 restantes, Almirón y los arqueros Islas y Zelada no tuvieron minutos. Bochini y Trobbiani, un puñado.

El equipo alrededor de Maradona en el que Bilardo pensó desde que había asumido en 1983, apareció en el momento justo. Y su mejor versión en los tres partidos finales donde cambió el sistema y se impuso el dibujo 3-5-2.

Pumpido; Clausen, Brown, Ruggeri, Garré; Giusti, Batista, Burruchaga; Maradona; Valdano, Pasculli fue el inicial ante Corea del Sur resuelto con un cómodo 3-1 con dos de Valdano y uno de Ruggeri. Olarticoechea por Batista y Tapia por Pasculli fueron los cambios. En el 1-1 del golazo de Diego con Italia, hubo dos modificaciones iniciales: Cucciufo por Clausen y Borghi por Pasculli. El Vasco volvió a entrar por el Checho y Enrique por el Bichi. La clasificación se cerró con el 2-0 a Bulgaria y la misma formación inicial y los cambios y los cambios que el técnico hizo ante la Azzurra.

En la zona del «mata mata», Pasculli volvió a la titularidad y marcó el gol del 1-0 ante Uruguay. El Vasco volvió a entrar por Batista y Garré recibió la segunda amarilla. Cambió todo. Con nitidez, ante Inglaterra, apareció el 3-5-2 con mucha más claridad: Pumpido; Brown libre; Ruggeri y Cucciufo stoppers; Giusti y Olarticoechea sobre las bandas, Batista en el medio, Enrique y Burruchaga interiores y con movilidad y dinámica, lo que posibilitó más libertad en zona de definición para Maradona, mientras Valdano iba por todos lados. Ante los ingleses hubo algunos minutos para Tapia; en la misma formación, Bochini tuvo su efímera aparición en el 2-0 a Bélgica y en la final, Trobbiani reemplazó a Burruchaga tras el gol del campeonato.

Iba a ser el Mundial de Platini. O de Zico. Tal vez el de Rummenigge. Más improbable el de Lineker. Fue el de Maradona. Con justicia. Con un equipo armado a su medida, con los intérpretes justos acomodados a la hora señalada. Mérito de Bilardo que, a veces en soledad, creyó de lo que estaba convencido. Mérito de los jugadores, entregados a la causa desde aquella noche de Barranquilla.

Como si millones de fotos cayeran de una piñata rota de un palazo, vuelan en el aire del imaginario popular las imagenes de Diego gambeteando a Shilton, de Burruchaga cruzándosela a Schumacher, del toque de Pasculli al arco uruguayo, el cabezazo de Ruggeri a los coreanos, los asados en la concentración del América, el paseo de la Copa de mano en mano en el avión de regreso, el balcón, la gente, los jugadores, el cuerpo técnico. Ese pasado nacido hace 35 años que en el Azteca sacó un crédito hasta la cita en Italia donde otro equipo, con otro Maradona, con otros acompañantes y otros métodos llegó a una nueva final. Final que fue final de un ciclo.

En los 35 años siguientes hubo amores de primavera y desilusiones devastadoras para el narcisismo futbolero argentino. Las dos Copa América 91 y 93 con Coco Basile son triunfos sepias. El buen equipo de Passarella no dio para más en Francia 98. El título olímpico de Bielsa no disimula el fracaso de resultados en 2002. Pekerman, la segunda etapa de Coco, Diego en el banco y ninguno pudo dar el salto de calidad. Batista fue un suspiro, Alejandro Sabella rozó la gloria, que merecía él y el plantel de 2014.

En el último tramo de la historia, la crisis política de la dirigencia profundizada por la muerte de Grondona tuvo su correlato. Martino renunció por la falta de apoyo, la intervención nombró a Bauza, quien duró siete meses y fue reemplazado por Sampaoli, tras una exitosa gestión en Chile. Fracasó en el campo y en el vestuario durante el Mundial de Rusia.

Desde 2005, todos los técnicos tuvieron a Lionel Messi. Nadie pudo hacer olvidar a Maradona y al ’86. Se rueda otra película y el muchachito y la chica están lejos de encontrarse para ser felices y comer perdices.

Fuente: ElOnce