El aventurero se llama Luciano Dell’Ollio y vive en el barrio Lesca, frente a la plaza Zorraquín, en la ciudad de Concordia. Se recibió de abogado en Santa Fe en agosto de este año, y junto a un compañero con quién cursó toda la carrera, tuvo el sueño alocado de subirse a una bici y recorrer miles de kilómetros, pasar por las ruinas de Machu Picchu, hasta llegar al corazón de la selva amazónica.
«La verdad es que no entrenamos nada, la primera vez que hacía tanto recorrido en bici fue el primer día, que pedaleamos 50 kilómetros», empezó contando Luciano.
El joven profesional contó que la idea surgió hace un poco más de un año, dado que «queríamos conocer el Amazonas, con su selva, la fauna y todos sus paisajes».

En principio dudaron entre hacerlo de mochileros o por algún otro método tradicional, pero luego se decidieron por la bicicleta.
El intrépido viaje a pedal tuvo su comienzo en la propia Santa Fe, pasando por el norte del país, cruzando la frontera con Bolivia, haciendo una especial parada en las encantadoras ruinas peruanas de Machu Picchu y llegando a la propia capital del estado de Amazonas, en Brasil.
«No pedaleamos más porque no había más ruta», comentó Luciano.
Los aventureros dejaron constancia de todo, a través de la red social Facebook, en la página denominada «Pedal salvaje». Entre las postales se pueden ver lugares tan peligrosos como exóticos y paradisíacos. Tales como la ruta de la muerte, el Lago Titicaca o las «yungas», de Bolivia; así como las famosas ruinas peruanas de Machu Picchu.
«Todo nos llevó 103 días», explicó Luciano. Agregando que afortunadamente no tuvo secuelas físicas por el largo viaje, ya que «recorrían distancias cortas», aunque sí «algunos problemas estomacales».
Como un hecho «bastante loco» a destacar, Luciano recordó lo que pasó «en el último día de pedaleo», ya cruzando el estado brasilero de Amazonas.
Una vez allí, los viajeros cruzaban una comunidad de nativos que «tenían una creencia muy particular, que nunca pudo ser corroborada». «Ellos creen que los gringos, tal como nos llamaban, llegan para robar a los niños de la comunidad para vender sus órganos», detalló el joven profesional. La peligrosa escena se vivió cuando sus integrantes «nos cruzaron una moto en la ruta y armados nos obligaron a bajar».
Gracias a las desesperadas aclaraciones, sumado a la intersección de un «jefe, que era una persona bastante más coherente», los viajeros pudieron salir intactos de la extrema situación en la que se vieron envueltos.
Eso significó el cierre de la travesía, al menos en su etapa de pedaleo. Ya subidos a un transporte fluvial, los intrépidos jóvenes volvieron al país. (Diario Río Uruguay)