Lo que tiene Ramón es que se anima a disfrutar. Hoy le toca reír y ríe. Su expresión, que es la imagen de la socarronería, mezcla rara de fanfarrón con tipo lógico, es la de una persona que sabe gozar el momento.
Goza a los de Boca, lo molesta a Bianchi, increpa a los contra del periodismo. Los pone en fila y les planta cara. La picardía, la sobradita “es para ustedes”, y hace con el dedo como si enrollara el llavero. Por eso lo bancan los de River. Necesitan ese optimismo, esa sensación de que todo está bajo control, aunque cualquiera sabe que eso no es así. Le gana a Boca un partido que, consta a quienes lo vieron, pudo ser un lindo desastre de verano. Una tormenta de dos o tres a cero a la media hora. Las mesas que se vuelan, la arena en los ojos, las barajas revoloteando en el aire. Pero no. Cuando se levantó vientito, se metió en la carpa, dejó pasar un rato como quien espera turno en el truco del boliche y en cuanto amainó, se puso a jugar de nuevo y ligó los dos jokers. “Ustedes no saben nada de esto”, les dijo a los rivales y tiró el mazo mientras se iba al vestuario. Sabe que ligó bien, pero lo pone en la cuenta del saber. Los deja más calientes todavía. “La revancha, el verano que viene… Los espero”. Sonríe Ramón.
A eso hay que animarse. Y, la verdad, uno al que le gusta Bielsa, se corre del eje y se tienta en aplaudirlo al tipo. Acaso porque en su lugar lo que mucha gente –y el cronista– dirían es que nadie tome nota de esto, que es un ensayo, que mejor ganar pero esto no dice nada, que todavía nos falta y eso se vio claro al principio, que tuvimos suerte en los momentos justos, que lo justo era un empate pero se nos dio, que hay que trabajar mucho para llegar a lo que quiero… Por ejemplo, eso. El repertorio del que no se anima a agrandarse es amplio y sin muchas variaciones.
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Ramón mira el menú y dice “de eso no quiero”. Pide el riesgo, vivir el momento. Asume que cuando se le dé vuelta la torta lo vendrán a buscar más que a otros. Facturas de todos lados, le van a caer. Pero Ramón se bebe la gloria efímera de los veranos, da el beso en un romance de enero. Después, Dios proveerá.
Lo que sí está claro es que River tiene cómo bancarse lo que viene. No sabe a qué altura puede volar, pero el carreteo se ha terminado. Está en el aire. Está jugando. Cuando a un técnico se le empieza a generar un poco de lío para armar el equipo, encuentra en eso una buena noticia. River ya tiene los 16, quizás 18 jugadores para la pelea. Boca lo sabía de antes. Pero River tuvo que tomar del mazo y descartar varias veces hasta quedar con juego. Tiene una escalerita que promete y dos pares. No es como hace pocos meses, cuando tenía de cada pueblo un paisano.
Y como Ramón tiene ángel, los días de vino y rosas no son utópicos. River ya le gana 3 a 0 al otro River, al de la B, al de la transición. Los hinchas de River sienten que acertaron, que volvieron a tener razón. Si no se es de River quizá no se ponen tantas fichas por Ramón. Pero eso hace a los de River algo diferentes al resto.