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Ultiman los preparativos para la Fiesta de Disfraces

En el medio del campo de 11 hectáreas, en una ondulación que se pierde en un horizonte verde, alguna vez hubo soja, o sorgo, o maíz, pero ahora hay un ejército de obreros trabajando: trepados a unas estructuras tubulares, sujetando lonas de carpas, ajustando el piso de esto que, unos días después, con sus lunas y sus soles, será otra cosa muy distinta a lo que es hoy.
o_1439870250Cualquier anuncio hoy, en ese campo donde una ondulación se pierde en un horizonte verde, parecerá una ficción. Pero todos porfían en lo que vendrá. En unos días, en este campo habrá fiesta, luces de colores y un escenario de 24 metros de altura, y muchas barras, pistas de baile y salones de comida. Habrá DJ’s, bandas de música, y gente, mucha gente, decenas de miles, inventándose una vida distinta a la vida corriente, sublimadas detrás de un disfraz. Todo eso va a suceder cuando se corra el telón y un grupo de maestros de ceremonias vestido para la ocasión digan: señoras, señores, que comience el show.
El show entonces se abrirá, diecisiete años después de aquel primer show, muy modesto, muy de entrecasa, los pibes de entonces convertidos en estos señores de treinta y pico, convertidos en ejecutivos de un espectáculo de envergadura, la Fiesta de Disfraces, el espectáculo que marca y revoluciona a una ciudad, que reúne ¿40.000?, ¿50.000?, ¿60.000? personas, que mueve una logística monumental, que es el boom turístico de la capital de la provincia.
Ese show será este sábado, 9 de la noche, en ese campo.
Frío, frío. Pero todavía nada de todo eso ha ocurrido: es lunes, casi las cinco de la tarde, y el cielo carga nubes que aquí todos quieren espantar con ademanes urgentes. De algún lado sopla un viento ladino, helado, y alrededor hay un silencio extraño. No hay histeria, ni gritos, ni corridas: cada pieza se mueve con la pereza de las rutinas aprendidas.
Está todo en vísperas: armándose.
Julián Abramor abre el camino con paso decidido y casi no advierte que sus zapatillas de lona se hunden en este suelo húmedo, cubierto de un césped prolijo, recién sembrado. “Vení, vamos para allá, que allá está Ioy”, invitó a EL DIARIO.
Allá son cientos de metros, que hay que caminar por este campo que alguna vez estuvo sembrado pero que ahora no.
Ioy es Jorge Uranga, y los dos ofician de anfitriones, o maestros de ceremonias de una ceremonia que todavía no ha comenzado. O mejor aún, son guías por este backstage gigantesco.
Son cordiales, y atentos, pero hay en ellos una cuidada economía de palabras. Se diría que han ensayado qué decir y qué no decir, un modo espartano de comunicar.
Por alguna razón, la charla se da casi en un punto medio de lo que serán los 15.000 metros cuadrados cubiertos que tendrá este campo, 11 hectáreas ubicadas en el Acceso Norte en las afueras de la ciudad de Paraná. ¿Por qué acá, donde sopla un viento ladino, desbocado, y no adentro de esa carpa armada, cubierta?
Desde ese sitio se ve todo en cinemascope: inmenso.
Todo. La Fiesta de Disfraces nació en 1999, en el Club Ciclista, y después, cada año, se fue repitiendo, cada vez mutando los sitios de encuentro, hasta que por fin halló una plaza que les permitió un despegue modesto: el salón de la Sociedad Rural, y en 2009 se ampliaron un poco más, y consiguieron el predio de 8 hectáreas que utilizaron hasta el año pasado en Don Bosco y Circunvalación.
Pero ese lugar tuvo dos traspiés: quedó chico, y además, como era alquilado, sus dueños prefirieron este año darle otro fin. Entonces, fue preciso salir a buscar un predio alternativo. Esa búsqueda los retrasó de forma considerable en el arranque del montaje. En algún momento, barajaron instalarse en el Autódromo, pero finalmente eligieron un campo en el Acceso Norte.
Allí piensan quedarse, al menos, un lustro. Eso dice el contrato de alquiler.
Ningún plan previo, claro, contempló la lluvia. Otro imponderable.
Aunque hubo estudios y trabajos hechos con antelación.
Desembalar todo lo que había que desembalar para comenzar con el montaje demoró un tiempo.
Antes de que ingresaran los operarios a montar todo lo que ahora están montando, debieron preparar el terreno, y diseñar las terrazas de drenaje. Nada aquí parece azaroso: todo se planifica con, al menos, cinco meses de antelación.
Se piensa el show, la estructura de la fiesta, el diseño del vestuario de los organizadores, una banda numerosa que fueron pibes y ahora son señores que pasan los 30, el escenario central, quiénes actúan, qué se sirve para beber, qué se come, cómo se ingresa, con cuáles marcas se pauta publicidad, a quiénes se invita, cómo se difunde, a qué público se apunta.
Este año, además, debían elegir dónde montar la fiesta. “Buscamos un lugar estratégico respecto a los accesos. No sé si conviene decirlo ahora, pero el predio de Don Bosco y Circunvalación era impagable, pero estaba quedando chico –completa Abramor–, y además no estaba disponible. Las dimensiones no daban. La Fiesta crece a razón de 7.000 personas por año. Y esto nos vino bárbaro”.
El cielo. No resultó sencillo hallar un lugar adecuado, dice ahora Abramor parado en medio del nuevo campo, pero lo hallaron. El predio, entonces, ya no es tema. El tema es ahora la lluvia. La lluvia que no cesa, el pronóstico que resulta volátil, la expectación por lo que resultará el sábado, día de la Fiesta de Disfraces.
Nada se detiene, claro: todo avanza como en una gran maquinaria estratégicamente aceitada, convenientemente dispuesta.
Todos piensan en un día, el sábado, y señalan una hora, las 21, el momento indicado para correr el telón del gran show.
“Uno se acostumbra a lo que es el ritmo de cómo organizar esto, sin horarios, a full con el teléfono, y nos gusta”, dice Abramor.
Aunque, interviene Uranga, “no deja de ser un aprendizaje constante. Cada año hay cosas que vas aprendiendo”.
–¿Y qué les resulta más complicado?
–La lluvia –responde Ioy Uranga–, y suelta una carcajada.
La lluvia, dirá después, es otro imponderable que han aprendido a manejar: reprograman trabajos, contratan nuevos servicios, organizan de modo distinto el armado, pero la maquinaria no se detiene.
–Ya tienen antecedente con la lluvia: en 2012 debieron terminarla antes por la lluvia, precisamente. ¿Eso también fue experiencia?
–Sí, seguro. Eso nos permite ir aprendiendo, y asesorándonos sobre todo, y tratando de trabajar para que la Fiesta no corra riesgo, ni se tenga que suspender por riesgo eléctrico, por ejemplo. Y para eso acá están trabajando profesionales, e ingenieros en seguridad en cada área. Todo se prevé: antes del cerramiento del predio, se trabajó los sistemas de drenaje, que dieron su resultado.
–¿Nunca hubo accidentes en la Fiesta?
–No, porque cada año se monta un operativo de seguridad monstruoso, pero además la gente viene preparada para divertirse, no para otra cosa. Además, acá se tiene muy en cuenta la seguridad: imaginate que montamos un escenario de 24 metros de altura.
Imaginarse cuesta: eso que está al fondo del campo es una estructura de caños que se levanta al cielo, y allí, aseguran, habrá una escenografía de primer mundo: un escenario tendrá 46 metros de largo por 24 de alto; con una pantalla gigante de 450 metros cuadrados justo ahí, donde ahora hay campo, viento helado, césped húmedo, y un armazón de hierro.
“El corazón de la Fiesta es la gente, y tratamos de que haya mucho contenido y que por donde pase alguien, haya algo: una banda, un DJ, un juego. La Fiesta es muy versátil y siempre apuesta a cosas distintas. Este año apostamos al contenido artístico, y tomó carácter de festival. Pero no quiere decir que ese sea el concepto para todos los años”, dice Uranga.
Por ese escenario pasarán varias bandas, y habrá DJ extranjeros, por primera vez, y nacionales. Todo eso habrá en la pista, en las carpas, en los escenarios de la Fiesta de Disfraces.
Todo en un escenario monumental, la Fiesta, y con un continente monumental, la artística. Mientras tanto, mientras la puesta no pueda ser armado, todos estarán en ascuas: esperando que la lluvia cese, el terreno se que y el gran espectáculo comience a tomar forma definitiva.

$450
es el valor

del ticket general para ingresar a la Fiesta de Disfraces, cuya venta todavía continúa. El ingreso al sector VIP, en tanto, se vende a $550.