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Centenares de remiseros en el último adiós a López

o_1443670151Era imposible no conmoverse al ver llegar al velatorio a los padres de Julio López, el remisero asesinado el martes a la noche. Don Julio y doña Celia Salas, casi octogenarios. Ella soportando los embates de una enfermedad oncológica y él afectado del corazón. No se está preparado para ver partir de este mundo a los hijos. Lo natural es a la inversa, y el dolor que desgarraba las entrañas de estos abuelos arrancó lágrimas en rostros de hombres, por más que digan que los hombres no lloran.
La preocupación de Carina el martes a la noche, en su casa de barrio Lomas del Mirador, mientras aguardaba junto a su hijo de 8 años y su hija de 12 la llegada de Julio, su marido, era si iban a poder contar con esos pesos que tanto se necesitaban.
En algunos hogares no se piensa en la cotización del dólar, en el ahorro a futuro o en si conviene o no ir de vacaciones fuera o dentro del país. Sólo se piensa en si hay para comer a la noche, si alcanza para pagar la luz, la garrafa de gas para cocinar y si los gurises tienen los útiles que les exigen en la escuela y que se puedan ir con algo en la panza.
Era feriado y no había tiempo para pasear o tomarse el día, como quizá lo pudieron hacer otros. Había que salir a recorrer las calles y a rezar para que siendo fin de mes se consiguieran pasajeros.
El auto, ese Renault Clío con identificación de Remises San Cayetano, no era de Julio López. Él solo trabajaba el coche y cuando estaba finalizando la jornada le anticipó a su mujer con un mensaje que en un rato volvía a la casa y que había juntado casi 200 pesos.
El cronista se va enterando de todas estas cosas quizá no con el rol de periodista interrogador, sino solamente callando y dejando que cada hermano, amigo, compañero de trabajo del Negro López se desahogara.
Se acercó así también el que contó que para apuntalar la economía familiar, Julio no escatimaba esfuerzos en vender tortas fritas en la Costanera.
Carina Cabral, su viuda, que en algún momento, junto al ataúd, le murmuró: “Vos, que siempre la jugabas de justiciero, que no te bancabas las injusticias, que peleabas por un barrio mejor en la comisión, que te arriesgabas por un compañero o tratando de ir en contra de los delincuentes”…quizá como reprochándole que hasta el último momento resistió el asalto, mientras el cobarde asesino lo tomó por la espalda, le rompió la cabeza a culatazos con el arma y después le disparó arteramente un solo disparo debajo de la axila derecha desde atrás. Suficiente como para provocarle la muerte.
Fue un solo tiro de calibre 38. De esos revólveres que muchos gurises exhiben envalentonados a través de las redes sociales en actitud desafiante, convencidos de que son los dueños de tal o cual territorio y, al decir de Jorge Guillerón, compañero de Julio, “somos el cajero automático de estos crotos. Y el que no ha sido asaltado no puede decir que es remisero”.
“Somos muchos en esta condición, como Julio, que no figuramos en ningún registro. Manejamos un coche para un patrón, cobramos si hacemos pasaje y si no volvemos a casa sólo con el cansancio físico, el stress y el dolor de tener que mirar a los nuestros esperando que sepan entender que el día no fue bueno”, contó Daniel, que pertenece a otra empresa.
“Fijate vos, si nos enfermamos no tenemos obra social, si tenemos la mala suerte de morirnos, los que vivimos el día a lo mejor no tengamos dónde caernos muertos. A Julio lo tuvieron que velar en la sala comunitaria y lo enterraron en un ataúd municipal y si salimos a quejarnos nos bajan del auto”, dijo con bronca otro compañero de Julio, que pidió reservas de su nombre por temor a represalias laborales.
Respecto a las estrategias de seguridad policial para con los choferes, alguien argumentó: “Llegamos nosotros a ayudar a un compañero siempre antes que la Policía y ni qué hablar de las ambulancias. La que se llamó para Julio nunca llegó y lo llevó al hospital un compañero en su remís. Pero la Policía tendría que hacer más operativos sorpresa e identificar a los pasajeros o a gente peligrosa que solicita servicios. Cuando nos paran en los operativos, lo único que te piden es si tenés la tarjeta azul para conducir y los dueños de los autos no quieren poner esa documentación a nombre de ningún chofer y nos secuestran los autos. Para el dueño es una multa, pero nosotros perdemos un día o más de trabajo”.
De repente, todos callaron. Apenas habían pasado algunos minutos después de las 17.30 y los más allegados, junto a sus hermanos, Eduardo, Roberto y otro hermano también llamado Julio, ayudaron a trasladar el ataúd hacia el acceso al Cementerio Municipal. Sonaron las campanadas que anunciaban en entierro y esta vez, sonaron también cientos de bocinas, de todos los autos remises que estaban sobre el estacionamiento de la necrópolis. Fue una manera de despedirlo, con un minuto de bocinazos y un intenso aplauso.

Fuente: Mauricio Antematten para El Diario